Argentina: el país donde reinan los ‘cepos’
Allá por el año 1939, el filósofo español José Ortega & Gasset, durante una conferencia en la República Argentina, pronunciaba una frase icónica: ‘Argentinos, a las cosas’. Con esto, el flamante republicano buscaba dar a entender al extenso público nacional, que se centraran en arreglar los problemas de fondo que aquejaban al país, dejando de lado orgullos personales y comportamientos testarudos.
Lamentablemente, nada de eso cambió. En materia cultural, Argentina continúa arrinconada por viejos vicios, que le persiguen hasta la actualidad. En materia económica, la situación es aún más compleja. El país austral sufre, desde hace casi 100 años, constantes vaivenes económicos, que hacen que el mismo sea el equivalente a un buque fuera de control en altamar.
En las últimas décadas, una peligrosa postal ha caracterizado a la política económica argentina: los cepos. Con ellos, nos referimos a las restricciones que tienen para operar los agentes económicos en Argentina.
Particularmente, éstas restricciones son 3 bien claras: el cepo al dólar, que impide a los argentinos comprar libremente la divisa estadounidense, el cepo a las exportaciones, que entre otras consecuencias, impide cosechar esos dólares necesarios, y el cepo a las importaciones, que trastoca la de por sí oxidada industria sustitutiva del país.
El siguiente artículo estudia el impacto de éstos 3 cepos en sintonía con lo pautado por el Foro Económico Mundial, en su Índice de Competitividad Global, donde se destaca el pilar nº 4: la importancia de la estabilidad macroeconómica.
Veamos debajo, cómo ‘reinan’ éstas restricciones, y qué efectos tienen para Argentina.
El primer cepo: al dólar
Es difícil imaginarse países en donde el gobierno prohíba a sus ciudadanos comprar una moneda que deseen, sea para atesorar o para transar en el mercado. Por lo general, uno pensaría dictaduras, como Corea de Norte o Cuba, países en guerra, como Sierra Leona o Sudán del Sur. De ese selecto grupo forma parte, tristemente, Argentina. Si usted quiere comprar dólares americanos, para usarlos libremente, el gobierno federal se lo impedirá.
¿Cómo? En una época, se establecía un cupo mensual de compra por cada mayor de edad (unos 200 dólares). Sin embargo, tras el recrudecimiento de las medidas, los bancos comerciales tienen prohibido venderle divisas a sus clientes, si no es por un motivo debidamente autorizado por el gobierno.
¿Por qué los argentinos demandan tantos dólares? Si bien es cierto que mucha de esa demanda proviene de la producción y las empresas (algo que abordaremos en los próximos ‘cepos’), el argentino compra dólares porque sabe que es la forma más sencilla de conservar su poder adquisitivo, sobre todo de su salario. Esto también refleja el grado de confianza que el público argentino tiene en su moneda, y la situación macroeconómica en general.
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El segundo cepo: a la exportación
Gran parte de la competitividad global, hoy en día, pasa por la capacidad de los países de integrarse en las cadenas de valor globales. En éste sentido, la exportación (y el comercio) es vista como la manera más rápida de crecimiento, captar inversiones y generar recursos genuinos para el fisco también.
En Argentina, la pobreza intelectual de los policymakers hace que caigan en una gran trampa: exportar disminuye el stock de bienes en el mercado interno, aumentando la escasez y disparando los precios. Esto hace que, continuamente, los gobiernos evalúen la imposición de trabas para la venta al extranjero de ciertos productos.
El ejemplo más novedoso en Argentina fue el del cierre de las exportaciones de carne, a principios de Mayo de 2021. El objetivo, según el gobierno, era bajar los precios internos. No sólo los precios continuaron subiendo, sino que quebraron varios frigoríficos y cientos de personas se quedaron sin trabajo.
Adicionalmente, Argentina cobra unos más que onerosos impuestos a todos aquellos pertenecientes a rubros dinámicos de la economía, sobre todo al sector agrario. Éstas, son las denominadas retenciones. Así, es como el país austral es de los poquísimos en el mundo, en castigar el comercio con el extranjero y la venta internacional.
El tercer cepo: a la importación
El tercer cepo es el de la importación. La historia de éste es más dramático aún.
Gran parte de la industria argentina, se apoya sobre una serie de regulaciones y protección a los bienes que proveen del extranjero: barreras arancelarias y no arancelarias, difíciles de surcar, y muchas veces, más complicadas aún de entender.
Éste tipo de medidas, que han demostrado ser más continuas que circunstanciales, perjudica al conjunto de la economía por dos motivos:
- Falta de insumos para producir: Como hemos destacado, gran parte de la industria argentina sigue una matriz proteccionista y sustitutiva. Sin embargo, son las mismas trabas que terminan generando escasez de insumos, en algunos casos, básicos para sobrevivir.
- Baja o nula competencia: El empresario argentino se caracteriza por creer que la competencia ‘leal’ es cartelizar un rubro completo, y hacer que todos los agentes vendan los mismos productos a igual precio. Esto genera una gran ineficiencia, puesto que la calidad de los productos ofrecidos no mejora, ni tampoco la inversión, o los nuevos puestos de trabajo.
¿Por qué tantas restricciones?
Como comentamos más arriba, Argentina es sede de una de las economías más inestables del mundo, y con mayor incertidumbre sobre su rumbo. Esto por los graves desajustes de su macroeconomía, principalmente el déficit público, que obliga al país austral a endeudarse todo el tiempo y emitir espuriamente.
Estos desmanejos luego impactan de lleno en el bolsillo de la gente: más emisión es más inflación, y por lo tanto, menos poder adquisitivo para todos. Más deuda suele pagarse con más impuestos, con el fin de aumentar la sostenibilidad fiscal. Esto también es menos ingreso para la gente.
Con un panorama así, las únicas políticas que los sucesivos gobiernos nacionales pueden plantear, son paliativos, de urgencia. La manera menos costosa, políticamente hablando, de hacer política económica es a través de éstas tres políticas restrictivas que enumeramos anteriormente. El gran problema es el largo plazo. Sea cual sea el rumbo, en Argentina los desajustes terminan explotando en ciclos hiperinflacionarios, crisis de balanza de pagos (dólar), default de la deuda pública, o todas juntas en un período corto de tiempo.
¿Una solución?
La gran respuesta ante éstas opciones es la que se encuentra en el largo plazo, que puede hacerse difícil de concretar en el ahora, pero que es necesaria: una macroeconomía estable, en donde los actores económicos puedan actuar libremente y con la menor cantidad de restricciones posibles.
Lo que es necesario entender, es que no importa qué tan duros sean los cepos, la economía, como ciencia de la escasez y de la elección, se encargará de hacer los ajustes necesarios para estar cerca del equilibrio. Esas suelen ser las grandes crisis argentinas de los últimos 50 años. Solo es cuestión de tiempo hasta que la realidad se imponga a la ficción económica.
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